Dedicado a Edna Medina, que quiere aterrizajes menos forzosos…

Odio los recuentos del año, me dan pereza,

me parecen una lista de superlativos absurda.

Pero este año 2012

más que ninguno, se lo llevó de calle.

Mi mundo emocional dio vueltas sobre su propio eje

a velocidades vertiginosas

y todo el caos que había en mí se salió,

me miró a la cara y me torturó.

En el 2012, me fui de boca

y me entregué.

En momentos fui egoísta y no me perdoné,

en otros no supe decir que no cuando debía.

Asumí y pretendí.

Me arrepentí.

Volví a querer.

Actué y me debilité.

Cogí (mucho).

Herí a varios.

Viajé.

Dejé el letrero-mantra de indisponibilidad emocional.

Me terapié.

Lloré.

Experimenté.

Odié y putié.

Me escondí.

Salí.

Me ilusioné, bailé y canté.

Me busqué y me encontré.

Sentí.

Hablé y callé.

Me caí y me levanté.

Y aún más intenso:

Aprendí muchísimo y crudamente

de mi naturaleza y de la de los otros.

De como andamos cargando nuestros expedientes

y queremos que otros curen

lo que no dejamos ver.

 Como la vida es un intercambio de expectativas

y un baile de máscaras cordiales.

Que la nobleza es un arma de doble filo

y corta a los que la cargan.

Que el silencio no dice nada;

que valen más las verdades dolorosas

que las mentiras suavecitas.

Que en el escándalo está el pecado,

que los impulsos dicen mucho,

que no se puede arreglar el mundo con sexo

y no hay que esperar nada de nadie

(esto ya lo sabía).

Aprendí a perder, a ganar y recibir lo que no esperaba.

Y que talvez no somos tan buenos como creemos

o no somos lo que creemos que somos

o nos vamos construyendo con lo que hacemos.

Y terminamos siendo lo que hacemos y no creemos.

Al final de este año me quedé con más dudas que certezas

y una lista de pretéritos indefinidos por seguir conjugando,

pero sí claro, aprendí, me asumí y me cuestioné.

¿Y a vos cómo te fue?